Hace unas horas, se ha desencadenado en el país una escena que acabó con la vida de 13 personas, en su mayoría, mujeres. ¡No, no se trata de unas cifras más sobre los incontables casos de muerte por COVID 19!, sino de una mezcla de irresponsabilidad, clandestinidad, ignorancia y sobre todo un gran desafío a la ley en pleno estado de emergencia.
La discoteca Thomas Restobar, ubicada en Los Olivos, es el nombre de aquel local que tenía la costumbre de abrir sus puertas a muchos jóvenes cada fin de semana. A pesar que Perú está en la lista de los más golpeados por la pandemia, poco les importó a los dueños quienes se dejaron llevar por el afán del lucro y violaron las medidas impuestas por el gobierno.
También se cuestiona mucho a los asistentes por infringir las normas sobre el distanciamiento social, las reuniones sociales, el uso de la mascarilla, entre otros. Desde que los jóvenes decidieron salir de sus casas, a pocas horas del toque de queda, son conscientes de las sanciones que podrían recibir y de la alta exposición frente al coronavirus.
A esto hay que sumarle la ausente fiscalización de las autoridades de la municipalidad. ¿Por qué esperaron a que un evento que se solía realizar cada fin de semana termine así? Este recinto no contaba con las medidas mínimas de seguridad requeridas, el aforo fue superado por los 120 asistentes y ni qué hablar de la única vía de evacuación: una escalera muy angosta.
Tarde o temprano, con o sin covid, con o sin muertes, se hubiese desarrollado una tragedia similar. No basta con esperar una diligencia policial para recién asimilar la magnitud de la situación. Un incendio o un sismo también provocan daños irreparables como este, pero es aún más lamentable que hechos así, posiblemente, se evitarían si fuéramos más responsables con nuestros actos y negocios.
Una vez más, se demuestra la falta de conciencia de los peruanos frente al significado de “estar en un estado de emergencia”. Miles de muertos, contagiados, un sistema de salud colapsado y un país en crisis, no bastan para que entremos en razón. Esto viene de todo un problema estructural: la falta de educación y la incapacidad de discernir entre el bien y mal.