Caitlin Clark brilla en la cancha, pero su impacto trasciende el baloncesto. La estrella de las Indiana Fever no solo es la cara del futuro de la WNBA, sino también el epicentro de un debate que involucra fama, rivalidades y la disparidad salarial en el deporte femenino.
Su reciente negativa a participar en el concurso de triples contra Stephen Curry y Klay Thompson en el All-Star de la NBA desató críticas. Clark argumentó que su primera aparición en un evento de este tipo debía ser en la WNBA, pero para algunos, su decisión reflejó altivez y enemistad, especialmente en un contexto donde su histórica rivalidad con Angel Reese sigue generando discusiones sobre racismo y competencia en la liga.
Erin Kane, su representante, ha puesto sobre la mesa un tema crucial: el impacto de Clark en la WNBA y la falta de reconocimiento económico acorde a su influencia. Con un contrato de 338.000 dólares por cuatro años, Clark está lejos de las cifras de la NBA, donde el número uno del Draft masculino, Zaccharie Risacher, firmó por 14,2 millones en su primer año.
Sin embargo, su caso es una excepción en la liga femenina. Según Sportico, Clark generó en 2024 más de 10 millones de dólares en patrocinios con marcas como Nike, Gatorade, State Farm y Wilson, lo que la convierte en una de las atletas mejor pagadas fuera de la WNBA.
El debate sobre los salarios en el deporte femenino sigue vigente. La WNBA depende en gran parte de los recursos de la NBA, y aunque el crecimiento de figuras como Clark es innegable, la estructura financiera de la liga aún limita sus ingresos.
Más allá de la controversia, Caitlin Clark es un fenómeno que está redefiniendo el baloncesto femenino. La pregunta es si la WNBA logrará capitalizar su éxito para cerrar la brecha con el baloncesto masculino o si figuras como ella seguirán dependiendo de patrocinadores externos para obtener el reconocimiento económico que merecen.