Los argentinos vibramos cada vez que entonamos las estrofas de nuestro Himno Nacional. Pero a punto de celebrar un nuevo aniversario de la independencia de nuestra nación, deberíamos reflexionar sobre el ruido de las cadenas que escuchamos en el siglo XXI, ya que este no es precisamente ruido de cadenas rotas, sino por el contrario, de cadenas que arrastran una crisis estructural que cada vez se agudiza más.

Como Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina, representamos a miles de iglesias, que forman parte de lo que la historia denomina “El Pueblo del Libro”, en referencia, obviamente, a La Biblia, la Palabra de Dios.

Como tales, no podemos abstraernos de las palabras de Jesús, cuando dijo “conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (San Juan 8:32). Creemos que la independencia que supimos conseguir como nación un 9 de julio de 1816, va más allá de un acta firmada por los constituyentes de una Junta que hizo patria en la Casa de la Independencia en Tucumán. Sino que dicha independencia se sostiene a través de la verdad, reconociendo desde el lugar que ocupamos, nuestros desaciertos, nuestras debilidades y miserias, e invocando al Eterno que preside el universo, como así lo hicieron quienes lograron nuestra libertad como país.

¡Hay cadenas que aprietan! Y nosotros como Alianza de Iglesias y parte de esta sociedad, no podemos dejar de mencionar que es vital que todas las partes que la componemos, renunciemos a toda grieta y estrechemos filas, para levantar una nación que está en crisis y a las puertas de alcanzar los 100.000 muertos por COVID.

Los indicadores avecinan un futuro dramático. Tenemos un 45% de pobreza, que se traduce en 19,2 millones de pobres, y un 63% de pobreza infantil, en un país en donde se producen alimentos para 400 millones de personas, mientras nuestra economía se desploma y el delito reflejado día tras día por los medios muestra un aumento en la inseguridad, en las adicciones al alcohol y las drogas, además de un alto número de femicidios.

Con una tasa de desocupación de un 10,2%, según datos del INDEC, la dependencia del asistencialismo, el aumento del trabajo infantil, la carencia de una cultura del trabajo, cerca de 90 mil comercios cerrados según CAME, miles de hoteles quebrados en lo que va de la pandemia y una proyección de la inflación del 45% para fin de año según los analistas, reflejan una crisis tangible y de emergencia tanto en las calles como en muchos hogares.

Esta crisis también pone al descubierto que tenemos un millón de niños desconectados del sistema educativo en medio de una pandemia, miles de argentinos que se encuentran fuera del país sin poder regresar, y el retraso en la llegada de vacunas, con los perjuicios que esto ocasionó a nivel de contagios por COVID y muertes que se podrían haber evitado.

Pero, además, no hay celeridad en la justicia. La Biblia dice que “Cuando se demora la sentencia, la gente siente que no hay peligro en cometer maldades” (Eclesiastés 8:11). Tenemos índices que nos generan dolor, y ante los cuales reaccionamos en su más variada forma. Hay datos oficiales que no se pueden soslayar.

Los años transcurren, pero volvemos a tropezar con la misma piedra como un mal recurrente. Por lo que consideramos que es esencial arrepentirnos de haber faltado a la UNIDAD NACIONAL, no dejando de lado las diferencias.

Arrepentirnos por la falta de constancia en buscar consensos y mantener espacios multisectoriales, que no sólo promuevan el diálogo y la paz social, sino que también busquen acuerdos que se traduzcan en políticas de Estado que se mantengan a lo largo del tiempo, independientemente de quienes gobiernen. Arrepentirnos no sólo es reconocer el error, sino girar ciento ochenta grados. Es un cambio de dirección en el sentido correcto y frente a toda corriente que genere corrupción, desidia, falta de la verdad y egoísmo.

Por todo lo expuesto, necesitamos a mujeres y hombres lúcidos que Dios tiene en este maravilloso país. Gente con un corazón de servicio para la nación, que no buscan lo suyo, que no se enriquecen a expensas de su prójimo, sino que trabajan por el bien común, que aman de verdad a esta tierra.

“Que los hay, los hay”, gracias a Dios, pero es necesario que se los convoque. Se los encuentra en las organizaciones de la sociedad civil, en los grupos de investigación en las universidades, en el sector empresarial, en los credos, en un reservorio de adultos mayores a los cuales ya no se los consulta, pero que están llenos de sabiduría.

Sin lugar a dudas, debemos convertirnos en agentes de paz y de reconciliación. Tenemos que concluir con viejas historias que no se han resuelto y que se han proyectado a través de distintas rivalidades. Creemos que no existe un solo argentino que quiera que a su país le vaya mal. Anhelamos volver a aquella época gloriosa en la que fuimos un modelo de crecimiento para el mundo.

Los pueblos que se levantan, son aquellos que reconocen su caída y modifican su rumbo. El pueblo argentino es un pueblo creyente, ya que según el CONICET, el 85% cree en Dios. Además, nuestro preámbulo constitucional declara “invocando la protección de Dios, fuente de toda Razón y Justicia”.

Dicho esto: ¿No deberíamos unirnos en un CLAMOR A DIOS por la Argentina? ¿No deberíamos mirar todos juntos a nuestro Creador, para confesar nuestros yerros, nuestras maldades, levantando la bandera del perdón, no sólo en confesión a Dios, sino además los unos por los otros?

Volvamos a Dios como nación, construyamos la unidad en medio de la diversidad, extendamos puentes de diálogo y de paz, y roguemos por la misericordia divina.

Es por ello que los cristianos evangélicos, este próximo viernes 9 de julio a las 12 del mediodía, estemos donde estemos, nos uniremos para CLAMAR A DIOS por nuestra amada nación. ¿Qué ocurriría si cada argentino ese día y a esa hora invocara el perdón de Dios con fe? No tenemos nada que perder y mucho por ganar si nos unimos en una sola dirección. Esa dirección tiene un solo nombre: “DIOS”.