Lima.- La emergencia quedó atrás, pero las lecciones siguen vigentes. Así podría resumirse lo sucedido tras las decisiones adoptadas por el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) en marzo de 2020, cuando el nerviosismo en torno a la pandemia ocasionó movimientos importantes en los flujos de capitales y un mayor apetito por activos líquidos en los mercados internacionales que dieron lugar a trastornos.
En la edición más reciente de Diálogos FLAR, organizado por el Fondo Latinoamericano de Reservas, se analizaron las motivaciones y efectos de las líneas de liquidez ofrecidas por la Reserva Federal, con ocasión de la crisis causada por la pandemia.
Entrando en materia, vale la pena recordar lo ocurrido. Quince meses atrás, cuando el mundo tuvo claro que la rápida propagación del COVID-19 se había convertido no solo en un inmenso riesgo para la salud de millones de personas en los cinco continentes, sino para la economía global, las reacciones no se hicieron esperar.
En ese orden de ideas, el propósito de la Reserva Federal era actuar como proveedor de recursos de última instancia, tanto para asegurar liquidez como para evitar la venta desordenada de títulos estadounidenses en respuesta a necesidades de corto plazo. Renovado en varias oportunidades, el programa sigue vigente hasta el próximo septiembre, a menos que su duración sea extendida una vez más.
Un ejemplo claro de esto fue citado por Víctor Méndez-Barreira en centralbanking.com, ya que Indonesia vio caer su saldo de reservas en casi 10.000 millones de dólares, entre finales de enero y marzo del año pasado. De manera paralela, la rupia perdió casi un 18% de su valor en ese lapso, a pesar de los esfuerzos de las autoridades.
Tales movimientos obligaron a un buen número de bancos centrales a vender parte de los papeles que poseían en un mercado errático. La formación de precios de diferentes títulos empezó a mostrar anomalías, sobre todo porque muchos agentes prefirieron el efectivo a toda costa.
A raíz de las tensiones, Washington hizo dos cosas. De un lado, reactivó los mecanismos de “swap” que tenía con una serie de bancos centrales desde la época de la crisis financiera internacional de 2008 y lo amplió a un número mayor de instituciones del mismo tipo. Del otro, introdujo la facilidad de acuerdos de retroventa para autoridades monetarias internacionales y extranjeras, más conocida como FIMA por su acrónimo en inglés.
Una mirada analítica
Uno de los expertos participantes del análisis durante la sesión de Diálogos FLAR, fue Hiro Ito, profesor de economía de la Universidad Estatal de Portland, según él, entre el 15 y el 31 de marzo de 2020 fueron adoptadas las decisiones que definieron la nueva política. Estas incluyeron la reducción de precios de los “swap”, hasta la conformación de un grupo de 14 bancos centrales -incluyendo al Banco Central de Brasil y al Banco de México- con acceso a los mismos, pasando por operaciones semanales a diarias y la adopción del mecanismo FIMA.
Además, Ito compartió un documento elaborado en conjunto con Gurnain Pasricha, experta senior del sector financiero en el Fondo Monetario Internacional, y Joshua Aizenman, quien ocupa la cátedra de economía y relaciones internacionales en la Universidad del Sur de California. Según el trabajo presentado, los criterios que explican el acceso a las líneas swap y FIMA son diversos. Tanto las relaciones comerciales y financieras, como militares, se describieron como factores positivos.
En términos prácticos, lo hecho permitió que una gran liquidez fuera activamente garantizada en mercados locales a través de subastas de dólares, cuya fuente primaria era la FED. El pico de las operaciones se dio entre finales de marzo y abril, a partir de lo cual el interés por el mecanismo empezó a disminuir.
¡Después de la tempestad!
Por otra parte, tan solo el anuncio de la expansión de las facilidades de la Fed llevó a una apreciación de las monedas de los socios que participaron en el esquema y redujo los márgenes de riesgo de los títulos de deuda. Eventualmente, esta situación se extendió a otras especies monetarias. En último término, los efectos resultaron ser independientes de los lazos financieros o comerciales con Estados Unidos.
Algunos de los cupos otorgados podrían describirse como considerables. Australia, Brasil, Corea del Sur, México, Singapur y Suecia podían optar por 60.000 millones de dólares cada uno. Por su parte, Dinamarca, Noruega y Nueva Zelanda tenían la posibilidad de 30.000 millones de dólares.
En lo que atañe a FIMA las cantidades presumiblemente fueron menores, de acuerdo con Méndez-Barreira. Dentro de los países que recibieron acceso al mecanismo se encuentran Indonesia, Suráfrica, Colombia y Chile, que hicieron las pruebas exigidas para utilizar el que se podría calificar como un acuerdo de retroventa de títulos a corto plazo.
No obstante, la existencia de esta opción habría contribuido a que retornara la calma a los mercados. Esa calma era necesaria tras la urgencia de convertir activos financieros en efectivo, ocasionada por la emergencia sanitaria, como lo señala Silvio Michael Costa del Banco Central de Brasil.
De manera simultánea sucedieron una serie de choques que impulsaron la demanda por liquidez. En respuesta, las herramientas tradicionales tomaron tiempo en operar por lo cual la intervención de la FED era justificada, algo que se expresó en un periodo de gran volatilidad, tras el cual retornó la calma.
En conclusión, para Costa quedó demostrado que el Banco de la Reserva Federal es el principal proveedor del servicio de custodia bancario al alojar más de 250 cuentas de bancos centrales y gobiernos por un valor cercano a los 3,3 billones de dólares que equivalen a la mitad de las reservas oficiales en la moneda norteamericana. Además, la emergencia reveló la importancia de contar con un plan de contingencia para la provisión de liquidez a escala global.